A Dora Ramírez, el arte le brota por naturaleza. Su vida plena transcurre entre la pintura, el tango y la literatura que envolvió a su familia.
Sergio Esteban Vélez con Dora Ramírez, su hija Dora Luz Echeverría Ramírez
y sus nietas Valeria y María José Mejia Echeverría
SERGIO ESTEBAN VÉLEZ
El Mundo, 12 de diciembre de 2008
A pesar de que ya es bisabuela, Dora Ramírez tiene energía y alientos de sobra. Baila tango todos los días y esta pasión dancística la ha llevado, en el último decenio, a representar al país en importantes auditorios de Suramérica, España y los Estados Unidos.
Después de triunfar como pintora y ya cuando era considerada como una de las máximas mujeres del Arte Colombiano, se le dio por dejarse llevar por el encanto arrollador del tango, y, contrario a lo que algunos habrían podido esperar, se ha lucido en la realización de su nueva vocación.
Ella no se llama a sí misma pintora ni bailarina: se siente simplemente “artista” y tiene claro que, justamente, estar cerca del Arte, en cualquiera de sus representaciones, es su secreto de la “perenne vitalidad”. “Eternas ganas de vivir”, como señaló, en el pasado mes de mayo, su amiga Fanny Mikey, en el Teatro Pablo Tobón Uribe, luego de que Dora desarrollara una improvisación tanguística, en el marco de su espectáculo “Perfume de Arrabal y Tango”.
Su obra es apreciada como pionera del Pop Art en nuestro país. Acerca de la calidad de sus producciones, podríamos citar al famoso crítico cubano José Gómez Sicre, quien, cuando llevó su obra a exponer en el museo de la OEA, en Washington, escribió sobre ella que: “La obra de Dora Ramírez es un homenaje al vivir. Es luz, afirmación, es alegría. Nada hay que lleve a la descripción de anécdotas ni a consagrar situaciones sentimentales. Es pintura por sí, porque sí. Plana, de tonos crudos y bordes afilados, no pretende engaños visuales ni se propone trascender en busca de filosofías. De ahí su claridad y su franqueza; esa aspiración a lo llano y a la verdad, hace que se asocie con lo primitivo, sin ser primitiva. No está empeñada en la descripción de la realidad por sí misma. En cambio, la usa, con veracidad y destreza técnica, para extraerle brillantez y para darle un impulso agigantador, un hálito de monumentalidad. Con estos elementos se hace la buena pintura y en ello está comprometida”.
¿Cómo fue el proceso para que en su obra pictórica se conjugaran esquemas de tradición artística con otros, de extrema novedad en su tiempo, como los del Pop Art?
Lo del Pop Art es como una casualidad, no fue algo que yo me hubiera propuesto, sino como una coincidencia en un momento histórico en que mi obra coincidió con los movimientos artísticos de otros países.
A través de su famosa serie de los “Mitos”, ¿ha pretendido, realmente, ensalzar a estas luminarias o ha sido su intención, como los artistas del Pop Norteamericano, hacer una denuncia al consumismo y a la superficialidad?
Esa denuncia la mantengo yo muy viva, pero nunca me he propuesto transmitirla en mi obra plástica. Mi intención ha sido, más bien, exaltar mi admiración por los personajes artísticos o políticos que he pintado.
Usted, cuando prevé pintar un retrato, realiza una investigación de la vida del personaje. ¿Ha pretendido, por medio de su particularidad colorido, mostrar la esencia misma de estos individuos?
Sí. Estudio mucho. Cuando pinté a Manuela Sáenz, me leí todas sus biografías. Lo mismo pasó con Bolívar. Y para sorpresa mía, cada biografía presentaba una verdad distinta, pero uno va sacando su propia conclusión de esa mezcla de criterios, anécdotas y calumnias y uno llega a encontrar su propia visión del personaje y eso es lo que se prosigue a transmitir en el retrato.
¿Por qué en su obra las caras siempre son blancas?
Es para tratar de llegar al alma de la persona. Si uno empieza a poner sombras y rosados... se pierde cierta cosa espiritual, llegar al alma de la persona, que es a lo que yo pretendo llegar cuando pinto un retrato
¿Cree que en Colombia se desarrolló un verdadero Pop Art?
Para mí lo verdadero es, como dice la palabra, lo que va ajustado a la verdad. Entonces, para ser un verdadero Pop Art, tiene que partir de que sea como el fermento de la cultura en la que uno nació y en la que uno vive. En ese sentido, no sé cuántos artistas puede haber, correspondiendo a esa verdad. Pero me parece que Juan Camilo Uribe podría ser un ejemplo.
En este 2008, centenario del nacimiento de Débora Arango, hablemos un poco de lo que representó para usted la larga amistad que ustedes mantuvieron, a lo largo de decenios, y del papel trascendental que usted desarrolló en la tarea de “desempolvar” la obra de esta importante artista…
Nuestra amistad fue importantísima. Fue una relación de admiración. Yo estaba en el colegio cuando en el periódico reprodujeron su “Madona del silencio”, que es una virgen que reprodujimos, hace poco, en la Estación Envigado. Y yo dije: “Qué pintora tan aventada: pintar una Virgen a la que se le ven las piernas!”. Me parecía una cosa muy extraña, pero la Virgen, al mismo tiempo, era muy pura. Era como una campesina, con una túnica blanca, de manga “sisa”, con el Niño en el regazo, como dentro de un campo de vidrios rojos... Todavía lo tengo en la mente…
Y así fue como yo empecé a admirar a Débora y me dieron ganas de conocerla, porque era una pintora con gran fuerza y muy original. Entonces, empecé a tratarla y llegamos a ser muy buenas amigas. Con los años, yo llevaba a mis alumnos donde ella y a toda la gente que estaba relacionada con el Arte, como Ravinovitch, Eduardo Serrano, Alberto Sierra, pues yo creía que debían conocer esa obra, que es tan importante, y disfrutaba mucho de que esa obra llegara al público.
Con Darío Ruiz y Darío Restrepo, le organicé a Débora su famosa exposición en la Biblioteca Pública Piloto, después de que ella llevaba más de 20 años sin pintar. La habían criticado y aporreado mucho y ella estaba arrinconada pintando a su papá, que quedó en silla de ruedas. Llevaba mucho tiempo sin pintar en serio: solamente haciendo artesanías y cosas de madera y cerámica, que, por ser hechas por un artista, también eran Arte.
Para esa exposición, me tocó escoger cien obras, y fue un éxito. Toda la gente joven que no sabía quién era ella despertó, y ella volvió a trabajar y empezó a hacer unas acuarelas muy lindas y se fue para la Costa con su sobrina (Cecilia) y empezó a trabajar, después de tantos años alejada de la pintura.
Su yerno Manuel Mejía Vallejo escribió la novela “Aire de Tango”, llevada a escena por su hija, sus nietas y usted, y que han presentado en varios países. Usted se ha hecho famosa por su obra “Homenaje a Gardel”, que ha sido tomada como modelo para el telón de boca del Teatro Pablo Tobón Uribe, de Medellín. En su casa, todos bailan tango. Usted baila tango más de una hora diaria y ha sido invitada, por el Banco Interamericano de Desarrollo, a bailar tango, en los Estados Unidos. ¿Cuáles son, para usted, los colores del tango?
Empecemos por el rojo, que es pasión, que es vida, energía, como la fuente del movimiento. Ese es uno de mis colores favoritos y creo que expresa mucho del sentir del Tango, de esa cosa melancólica, pero vital y alegre, al mismo tiempo. Sí, el rojo sería el primer color del tango.
¿Qué decía su yerno, “Manuel” (Mejía Vallejo), acerca de su obra?
Decía cosas muy buenas. A él le gustaba mucho la obra mía. Cuando inauguraron en la Universidad Autónoma la galería con mi nombre, Manuel hizo una presentación muy larga acerca de mí. Él me conoció mucho, a través de más de cuarenta años que estuvo con nosotros. Sabía muy bien cómo era yo y cómo era la obra. Para mí, era muy halagador, porque yo sabía que él era sincero cuando decía que una obra era buena. El era muy artista y le gustaba mucho dibujar. Él también era muy admirador de la obra de José, mi hijo.
¿Cuáles de los honores que ha recibido son los que más le han llegado al alma?
Para mí, fue muy importante y muy satisfactorio el que me hubieran comprado una obra, en el Museo de la OEA, en Washington, porque eso es como reconocer que lo que uno hace es Arte. También haber estado en las bienales y haber salido en la revista Domus, que es de lo mejor del mundo en Arte, dirigida por el crítico francés Pierre Restany.
Explíquenos cómo usted logra ese movimiento en muchas de sus obras, a pesar de usar colores tan planos…
Eso es muy estudiado. Yo siento una fascinación muy grande por las telas y por todo lo que se mueve... Poder transmitir eso, en un cuadro, ha sido uno de mis objetivos, y para lograrlo, el color, que en mi obra es por impulso, por sentir, en este caso sí es muy estudiado, Trabajo mucho con la Geometría, para dar la sensación de vuelo, porque como yo no me valgo de las sombras, me valgo, entonces, de las formas.
¿Por qué ese juego tan profuso, a lo largo de su carrera, con los colores primarios?
Porque me parece lo más cercano a lo más puro y a la verdad. Los colores primarios son de donde uno parte para hacer los demás colores, son su base, son como los más puros y, además, son muy acordes con nuestra cultura y con lo que nosotros somos. En el Arte, uno debe manifestar las raíces de su cultura, y la nuestra es llena de color, de riqueza, de naturalidad, es muy primitiva y la siento en esos colores.
¿Qué decía su amiga Marta Traba acerca de su obra?
De Marta Traba tengo un comentario muy elogioso. Habla de que yo fui la pionera en Colombia en la estridencia del color. Para mí fue muy importante y muy estimulante, porque yo a Marta la valoraba mucho, como una persona muy inteligente y muy objetiva y que le hizo mucho bien al Arte en Colombia.
¿Qué herencia cree que ha dejado su estridente colorido en el de artistas como Maripaz Jaramillo?
No sé. Eso, más bien, habría que preguntárselo a ellos. Si me copiaran, sería un homenaje. Tampoco me he puesto a analizar la obra de los demás.
DORA RAMÍREZ, UNA VIDA DE ARTISTA:
Dora Ramírez nació en Medellín, en 1923, en el seno de una familia de empresarios y hombres cívicos. Estudió Artes Plásticas en el Instituto de Bellas Artes, la Universidad de Antioquia y la Universidad Pontificia Bolivariana, de Medellín.
Su obra se ha presentado en más de ochenta exposiciones, entre individuales y colectivas, en importantes salas de París, Nueva York, Washington, Bruselas, Hamburgo, Miami, México, San Juan de Puerto Rico, Curacao, Medellín, Bogotá y Cali, entre otras. Descuella su exposición individual retrospectiva en la UNESCO, en París.
Fue ganadora, en 1961, del I Premio Dibujo Artes Plásticas, en Medellín, y en 1965, del Premio Nacional de Artes Plásticas “Fabricato”. Obtuvo también una beca como “artista en residencia”, en Boston Massachussets, en 1980.
Ha dirigido la ejecución de varios murales, en Medellín y ha desarrollado una profusa labor de gestión cultural en su ciudad, a través de cuatro decenios, como miembro de importantes juntas culturales. Destaca su gestión, en la Junta del Museo de Antioquia, que fue clave para la consecución de la primera gran donación de su amigo Fernando Botero a ese museo.
La sala de exposiciones de la Universidad Autónoma Latinoamericana, de Medellín, lleva el nombre de “Dora Ramírez”.
Ha recibido diversas condecoraciones. Su obra está presente en numerosos museos y colecciones sobresalientes de Colombia, Estados Unidos y otros países, y ha sido comentada en importantes publicaciones del mundo.